Aventura de las gafas de oro.

Arthur Conan Doyle

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-¡Cuán interesante e instructivo! - dijo -. ¿No tiene más que añadir?. Sin duda, habiendo seguido hasta aquí los pasos de esa dama, podrá decirnos también lo que ha sido de ella.

-Eso me propongo hacer. En primer lugar, fue sorprendida por su secretario y lo apuñaló para poder escapar. Me inclino a considerar esta catástrofe como un lamentable accidente, pues estoy convencido de que la dama no tenía intención de infligir una herida tan grave. Un asesino no habría venido desarmado. Horrorizada por lo que había hecho, huyó enloquecida de la escena de la tragedia. Por desgracia para ella, había perdido sus gafas en el forcejeo y, como era muy corta de vista, se encontraba del todo perdida sin ellas. Corrió por un pasillo, creyendo que era el mismo por el que había llegado (los dos están alfombrados con esteras de palma), y hasta que no fue demasiado tarde no se dio cuenta de que se había equivocado de pasillo y que tenía cortada la retirada. ¿Qué podía hacer? No podía quedarse donde estaba. Tenía que seguir adelante. Así que siguió adelante.Subió unas escaleras, empujó una puerta y se encontró aquí en su habitación

El anciano se había quedado con la boca abierta, mirando a Holmes como alelado. En sus expresivas facciones se reflejaban tanto el asombro como el miedo. Por fin, haciendo un esfuerzo, se encogió de hombros y estalló en una risa nada sincera.

-Todo eso está muy bien, señor Holmes - dijo-. Pero existe un pequeño fallo en esa espléndida teoría. Yo estaba en mi habitación y no salí de ella en todo el día.

-Soy consciente de eso, profesor Coram.

-¿Pretende usted decir que yo puedo estar en esa cama y no darme cuenta de que ha entrado una mujer en mi habitación?.

-No he dicho eso. Usted se dio cuenta. Usted habló con ella. Usted la reconoció. Y usted la ayudó a escapar.

Una vez más, el profesor estalló en chillonas carcajadas. Se había puesto en pie y sus ojos brillaban como ascuas.

-¡Usted está loco! - exclamó-. ¡No dice más que tonterías! ¿Conque yo la ayudé a escapar, eh? ¿Y dónde está ahora?.

-Está aquí - respondió Holmes, señalando una librería alta y cerrada que había en un rincón de la habitación.

El anciano levantó los brazos, sus severas facciones sufrieron una terrible convulsión y cayó desplomado en su butaca. En el mismo instante, la librería que Holmes había señalado giró sobre unas bisagras y una mujer se precipitó en la habitación.

-¡Tiene usted razón! - exclamó con un extraño acento extranjero-. ¡Tiene usted razón! ¡Aquí estoy!.


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