Aventura de las gafas de oro.

Arthur Conan Doyle

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-Fíjese - dijo - en que las pinzas están forradas con tirillas de corcho para suavizar el roce contra la nariz. Una de ellas está descolorida y algo gastada, pero la otra está nueva. Es evidente que una tira se desprendió y hubo de poner otra nueva. Yo diría que la más vieja de las dos no lleva puesta más que unos pocos meses. Son exactamente iguales, por lo que deduzco que la señora acudió al mismo establecimiento a que le pusieran la segunda.

-¡Por San Jorge, es maravilloso! - exclamó Hopkins, extasiado de admiración -.¡Pensar que he tenido todas esas evidencias en mis manos y no me he dado cuenta!, unque, de todas maneras, tenía intención de recorrerme todas las ópticas de Londres.

-Desde luego que debe hacerlo. Pero mientras tanto, ¿tiene algo más que decirnos sobre el caso?.

-Nada más, señor Holmes. Creo que ahora ya sabe tanto como yo..., probablemente más. Estamos investigando si se ha visto a algún forastero por las carreteras de la zona o en la estación de ferrocarril, pero por ahora no hemos tenido noticias de ninguno. Lo que me desconcierta es la absoluta falta de móviles para el crimen. Nadie es capaz de sugerir ni la sombra de un motivo.

-¡Ah! En eso no estoy en condiciones de ayudarle. Pero supongo que querrá que nos pasemos por allí mañana.

-Si no es pedir mucho, señor Holmes. Hay un tren a Chatham que sale de Charing Cross a las seis de la mañana. Llegaríamos a Yoxley Old Place entre las ocho y las nueve.

-Entonces, lo tomaremos. Reconozco que su caso presenta algunos aspectos muy interesantes, y me encantará echarle un vistazo. Bien, es casi la una, y más vale que durmamos unas horas. Estoy seguro de que podrá arreglarse perfectamente en el sofá que hay delante de la chimenea. Antes de salir, encenderé mi mechero de alcohol y le daré una taza de café

A la mañana siguiente, la borrasca había agotado sus fuerzas, pero aun así hacía un tiempo muy crudo cuando emprendimos viaje. Vimos cómo se levantaba el frío sol de invierno sobre las lúgubres marismas del Támesis y los largos y tétricos canales del río, que yo siempre asociaré con la persecución del nativo de las islas Andaman, allá en los primeros tiempos de nuestra carrera. Tras un largo y fatigoso trayecto, nos apeamos en una pequeña estación a pocas millas de Chatham. En la posada del lugar tomamos un rápido desayuno mientras enganchaban un caballo al coche, y cuando por fin llegamos a Yoxley Old Place nos encontrábamos listos para entrar en acción. Un policía de uniforme nos recibió en la puerta del jardín.

-¿Alguna novedad, Wilson?.

-No, señor, ninguna.

-¿Nadie ha visto a ningún forastero?

-No, señor. En la estación están seguros de que ayer no llegó ni se marchó ningún forastero.

-¿Han hecho indagaciones en las pensiones y posadas?.

-Sí, señor; no hay nadie que no pueda dar razón de su presencia.


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