Aventura de las gafas de oro.

Arthur Conan Doyle

Página 4

-A la carretera.

-¿Qué longitud tiene?

-Unas cien yardas.

-Pero tuvo usted que encontrar huellas en el punto donde el sendero cruza la puerta exterior

-Por desgracia, el sendero está pavimentado en ese punto.

-¿Y en la carretera misma?

-Nada. Estaba toda enfangada y pisoteada.

-Tch, tch. Bien, volvamos a esas pisadas en la hierba. ¿Iban o volvían?

-Imposible saberlo. No se advertía ningún contorno.

-¿Pie grande o pequeño?

-No se podía distinguir

Holmes soltó una interjección de impaciencia.

-Desde entonces, no ha parado de llover a mares y ha soplado un verdadero huracán - dijo - ahora será más difícil de leer que este palimpsesto. En fin, eso ya no tiene remedio. ¿Qué hizo usted, Hopkins, después de asegurarse de que no estaba seguro de nada?.

-Creo estar seguro de muchas cosas, señor Holmes. Sabía que alguien había entrado furtivamente en la casa desde el exterior. A continuación, examiné el corredor. Está cubierto con una estera de palma y no han quedado en él huellas de ninguna clase. Así llegué al despacho mismo. Es una habitación con pocos muebles, y el que más destaca es una mesa grande con escritorio. Este escritorio consta de una doble columna de cajones con un armarito central, cerrado. Según parece, los cajones estaban siempre abiertos y en ellos no se guardaba nada de valor. En el armarito había algunos papeles importantes, pero no presentaba señales de haber sido forzado, y el profesor me ha asegurado que no falta nada. Tengo la seguridad de que no se ha robado nada.

Y llegamos por fin al cadáver del joven. Se encontraba cerca del escritorio, un poco a la izquierda, como se indica en el plano. La puñalada se había asestado en el lado derecho del cuello y desde atrás hacia delante, de manera que es casi imposible que se hiriera él mismo.

-A menos que se cayera sobre el cuchillo - dijo Holmes.


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