Aventura de las gafas de oro.

Arthur Conan Doyle

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Ahora les voy a repetir las declaraciones de Susan Tarlton, que es la única persona que tiene algo concreto que decir sobre el asunto.

Ocurrió por la mañana, entre las once y las doce. En aquel momento, ella estaba ocupada en colgar unas cortinas en la alcoba delantera del piso alto. El profesor Coram todavía seguía en la cama, porque cuando hace mal tiempo rara vez se levanta antes del mediodía. El ama de llaves estaba haciendo algo en la parte posterior de la casa. Willouhgy Smith había estado hasta entonces en su dormitorio, que también utilizaba como cuarto de estar; pero en aquel momento, la doncella le oyó salir al pasillo y bajar al despacho, situado inmediatamente debajo de la alcoba en la que ella se encontraba. No le vio, pero asegura que sus pasos firmes y rápidos resultaban inconfundibles.No oyó cerrarse la puerta del despacho, pero aproximadamente un minuto más tarde sonó un grito espantoso en la habitación de abajo.Un alarido ronco y salvaje, tan extraño y poco natural que lo mismo podía haberlo lanzado una mujer que un hombre. Al mismo tiempo, se oyó un golpe fortísimo, que hizo temblar toda la casa, y después todo quedó en silencio.La doncella se quedó petrificada unos instantes, pero luego recuperó el valor y corrió escaleras abajo.La puerta del despacho estaba cerrada; la abrió y encontró al joven Willoughby Smith tendido en el suelo. Al principio no advirtió que tuviera ninguna herida, pero al intentar levantarlo vio que brotaba sangre de la parte inferior del cuello, donde presentaba una herida pequeña, pero muy profunda, que había seccionado la arteria carótida. El instrumento causante de la herida estaba tirado en la alfombra, junto al cuerpo. Se trataba de uno de esos cuchillitos para el lacre que suele haber en los escritorios antiguos, con margo de marfil y hoja muy rígida. Formaba parte de la escribanía de la mesa del profesor

Al principio, la doncella creyó que el joven Smith estaba ya muerto, pero cuando le echó un poco de agua de una garrafa por la frente, Smith abrió los ojos por un instante y murmuró: «El profesor...ha sido ella.» La doncella está dispuesta a jurar que ésas fueron las palabras exactas.El hombre hizo esfuerzos desesperados por decir algo más y llegó a levantar la mano derecha, pero cayó definitivamente muerto.

Mientras tanto, el ama de llaves había llegado también al despacho, aunque demasiado tarde para oír las últimas palabras del moribundo. Dejando a Susan junto al cadáver, corrió a la habitación del profesor. Este se encontraba sentado en la cama, terriblemente alterado, porque había oído lo suficiente para darse cuenta de que había ocurrido algo espantoso. La señora Marker está dispuesta a jurar que el profesor todavía tenía puesta su ropa de cama, y lo cierto es que le resultaba imposible vestirse sin la ayuda de Mortimer, que tenía orden de presentarse a las doce en punto. El profesor declara haber oído el grito a lo lejos, pero dice no saber nada más. No acierta a explicar las últimas palabras del joven, «El profesor...ha sido ella», pero supone que fueron producto del delirio. Está convencido de que Willoughby Smith no tenía ningún enemigo en el mundo, y no puede explicarse los motivos del crimen. Lo primero que hizo fue enviar a Mortimer, el jardinero, a avisar a la policía local. Poco después, el jefe del puesto me hacía llamar a mí. Nadie tocó nada hasta que yo llegué, y se dieron órdenes estrictas de que nadie anduviera por los senderos que conducen a la casa. Era una ocasión espléndida para poner en práctica sus teorías, señor Holmes; no faltaba nada.

-Excepto Sherlock Holmes - dijo mi compañero, con una sonrisa tirando a amarga-. Pero siga contándonos. ¿Qué clase de trabajo llevó usted a cabo?.

-Primero, señor Holmes, tengo que pedirle que mire este plano aproximado, que le dará una idea general de la situación del despacho del profesor y otros detalles del caso. Así podrá seguir el hilo de mis investigaciones.

Desplegó el boceto que aquí reproduzco y lo extendió sobre las rodillas de Holmes. Yo me levanté y me situé detrás de Holmes para estudiarlo por encima de su hombro.

- Naturalmente, es sólo una aproximación, y no incluye más que los detalles que a mí me parecieron esenciales. El resto ya lo verá usted mismo más adelante. Ahora, veamos: en primer lugar, y suponiendo que el asesino o asesina viniera de fuera, ¿por dónde entró?. Sin duda alguna, por el sendero del jardín y por la puerta de atrás, desde la cual se llega directamente al despacho. Cualquier otra ruta habría presentado muchísimas complicaciones. La retirada también tuvo que efectuarse por el mismo camino, va que, de las otras dos salidas que tiene la habitación, una quedó bloqueada por Susan, que corría escaleras abajo, y la otra conducía directamente al dormitorio del profesor. Así pues, dirigí de inmediato mi atención al sendero del jardín, que estaba empapado por la reciente lluvia y sin duda presentaría huellas de pisadas.

Mi inspección me demostró que me las tenía que ver con un criminal experto y precavido. En el sendero no había ni una huella. Sin embargo, no cabía duda de que alguien había caminado sobre el arriate de césped que flanquea el sendero, y que lo había hecho para no dejar huellas. No pude encontrar nada parecido a una impresión clara, pero la hierba estaba aplastada y resulta evidente que por allí había pasado alguien. Y sólo podía tratarse del asesino, porque ni el jardinero ni ninguna otra persona habían estado por allí esta mañana, y la lluvia había empezado a caer durante la noche.

-Un momento -dijo Holmes-. ¿Adónde conduce este sendero?.


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