Vivencias

¿Que leemos?

Un viaje accidentado
A veces el destino nos maneja a su antojo y nos es muy difícil el pensar en casualidades.

Desde que empezamos los cursos en Madrid, congenié mucho con un compañero llamado José Luis.

La verdad es que tanto era así que cuando se tenía que hacer una demostración de cómo se presentaba bien una máquina éramos nosotros los que lo hacíamos aunque también fuéramos de los que, se supone, que estábamos con el resto en las clases.

José Luis no estuvo mucho tiempo en la misma empresa que yo, Madrid tiene muchas ventajas al ser la central de muchas empresas muy importantes y él, que se había dedicado a la venta en bancos de cajeros automáticos, fue subiendo mucho rápidamente y llegó un momento que le hicieron una muy buena oferta de trabajo en una casa de la competencia nuestra y aceptó pasando a ser un ejecutivo importante.

Naturalmente nosotros continuamos siendo amigos y cuando le preguntaron si conocía a alguien en quien confiar para un puesto muy bien pagado, pensó conmigo.

Me llamó y quedamos para una determinada fecha en vernos en la central suya de Madrid a las 10 de la mañana. Antes me pidió que pasara por la sucursal de Valencia para conocer a los posibles compañeros futuros. Y así lo hice.

Tuvimos una tarde muy interesante hablando en la sucursal de nuestros clientes, anécdotas y chismes relacionados con nuestra profesión.

El día indicado, a las cinco de la mañana salía yo de mi casa para estar seguro de que ninguna rueda pinchada ni falta de gasolina me hicieran faltar a la cita.

Y eso no me hizo detener mi marcha. No habría hecho más de 30 km el coche se me paró. Yo no sé nada de mecánica, pero abrí el capó y empecé a apretar los cable por si alguno estaba suelto. Y funcionó. Entré en el coche y arrancó perfectamente.

Treinta km más y nueva parada. Apertura de capó, apretar cable y nuevo arranque. Eran más de las once cuando llegué a Madrid.

Enfadado, nervioso y desesperado entré a reunirme con mi amigo José Luis. Explicada la odisea el director general aplazó una reunión que tenía prevista y aceptó que habláramos. Y todo fué muy bien.

A la vuelta todo fue mejor porque temiéndome lo peor y no teniendo ya prisa, fui parando en todas las gasolineras y restaurantes de carretera y fue el día que más cafés he tomado en mi vida.

Pero no terminó aquí el problema. Pasaron los días y mi amigo José Luis no me llamaba. Al final, le llamé yo.

-Jose Luis, ¿qué pasa? entiendo que no me hayan elegido pero me lo podríais haber dicho.

-¿Pero qué me dices? -me contestó- ¡Si tú estás trabajando en la sucursal de Valencia!

Y para no hacer larga la odisea, Valencia llamó a Madrid para decirles que les interesaría para Valencia y Valencia, viendo que no me habían cancelado la entrevista en la central entendió que ya estaba en Madrid. El uno por el otro la casa por barrer. ¡Increíble!

Por cierto, un fallo de fábrica en una pieza del nivel en el carburador hacía que se llenara de gasolina, se ahogaba y se paraba. Al estar parado, el carburador se vaciaba y ya podía arrancar unos cuantos Km hasta que todo empezaba de nuevo.

¿Casualidad?