El cine Ribalta
El cine Ribalta, el querido cine de barrio. Cuantas veces hemos visto al bueno atrapar al malo, cuantas veces los espada-chines han cruzado sus espadas en su salón que olía a tortilla y humanidad.

Ahora los niños tienen los móviles y juegos en tres dimensiones pero, todo esto ya estaba inventado y nosotros lo teníamos en el Ribaltilla.

Cuando los caballos trotaban por la pradera, todo el cine trotaba, los niños saltábamos en nuestros asientos al paso del caballo y cuando el monstruo movía sus palpos viscosos, nosotros los notábamos deslizarse por debajo de nosotros. Pero, no preocuparse, nunca pasaba nada porque estábamos con mamá y nada malo puede pasar estando cerca de su aura protectora.

Por las noches, en el Ribalta se juntaban los mil olores de las cenas que, a falta de televisión, la gente se llevaba al cine.

Podías ver a Burt Lancaster en medio de la selva y entre los chillidos de los monos y los rugidos de los leones, oías él agudo sorber de la salsa de los caracoles. Y todos comíamos un poco de estos caracoles o de la tortilla de habas que llevaban nuestros vecinos de asiento. Reíamos con los mismos chistes y llorábamos a la vez con la pobre huerfanita desamparada.

Era un cine en el que siempre ganaba el bueno y el malo tenía su castigo, unas películas que nos enseñaban a ser mejores y tocaban la fibra sensible haciéndonos más personas.

Que cantidad de historias llevábamos en la cabeza cuando se encendían las luces, empezábamos a salir y oías el golpeteo de los asientos al ser plegados por los acomodadores y, ya en la salida, todas las madres nos ponían el abrigo y una bufanda para que sus Paquitos no se resfriaran y emprendíamos el camino a casa, que se encontraba muy cerca del cine, pero que nos parecía que estaba lejos, muy lejos y quizás, por el camino, nos encontraríamos con el monstruo o al pasar por el mercadito de Jesús podríamos oír los gritos de guerra de los Cheyenes.

Con el tiempo, el Ribalta lo transformaron en discoteca primero y después sé cerro definitivamente porque ya no había vecinos que se quisieran llevar el bocata de tortilla con habas, ahora se compran "palomitas de maíz" y ya no se llaman "rosas", no se escucha el sorber del caldo de los caracoles, pero de vez en cuando, en los multicines, le suena el móvil a algún despistado. Y cuando salimos nos miramos con desconfianza porque no nos conocemos.

El Ribalta no era un cine, era un sembrador de ideas, un lugar donde nuestras mentes se abrían al mundo, por él sabíamos como era China, o África o los lejanos Estados Unidos que nos parecía lo más grande en modernidad y conocimientos.

Ahora tenemos una televisión que nos atonta con un mundo irreal y nos dice como hemos de pensar, nos manipula haciéndonos comulgar con ruedas de molino, nos dice lo que está bien o está mal nos hace actuar a su antojo e inclusive nos pone en las películas cuando nos tenemos que reír, porque las vemos solos... lo siento, no contéis conmigo, yo prefiero el Ribaltilla, con sus caracoles y tortillas, con sus estornudos y algún que otro eructo, pero humano.

La única pena es que no solo ya no está mi cine sino que tampoco podría ir cogido de la mano de mi mamá.