¡Manos arriba!
AmistadEn los años 60/70 quizás unas de las profesiones que eran más demandadas eran las de comercial y la de informática (sobre todo para programación como assembler, bassic, fortran, etc). No es de extrañar que en muchas ocasiones tuviera que dar clases de ventas y hacer el software para varias empresas a la vez. Aunque entonces no eran empresas, eran amigos. Y para ayudar a una de ellas me pasó algo gracioso, con la perspectiva del tiempo.

Me pidieron el favor, los dueños de una de estas empresas, que fuera a hablar con una persona a la que habían comprado el negocio. El problema es que a ellos no les quería facilitar unos documentos que les eran imprescindibles. Confiaban en que a mi, que lo conocía de haber tomado café un par de veces, me los quisiera dar.

Naturalmente accedí a hacerles el favor me fui a verlo en el nuevo local que estaba montando y que, cuando llegué, me dio la sensación de ser una de los sitios más sucios y desordenados que he visto en la vida.

Le expuse el motivo de mi visita tomando una cerveza, en el típico bar de enfrente, e intenté convencerlo de que, ya que no tenía más remedio que darles estos documentos, directamente o pasando por el juzgado, lo mejor era liquidar este asunto que le podía amargar la vida. Y poco a poco pensé que se estaba convenciendo, aunque se estaba poniendo muy nervioso.

-¡Venga pues! -me dijo- vamos a por ellos.

Salimos los dos y para entrar en lo que era su despacho subimos por una escalera de mano a una parte superior. En una silla desvencijada, me indicó que me sentara.

Entró por un pequeño pasillo y después de unos minutos lo vi venir con unos papeles en la mano izquierda y algo en la mano derecha. Se paró a un par de metros de mi y levantó UNA PISTOLA que parecía un cañón y que me apuntaba directamente a la cabeza.

-Paco -me dijo- yo soy del club de tiro y todas las mañanas practico en mi chalet en la galería que me he montado para hacerlo. Y ¿sabes con que dos fotografías practico? Pues ya te imaginas que con la de fulano y sotano. Te doy los documentos a ti, porque eres tú, pero diles que la pistola la tengo cargada con balas de punta hueca, si te disparara sólo con rozarte un brazo te quedabas sin el.

Y en ese momento me alargó la pistola tomándola del cañón y empezó a explicarme las maravillas de ella, después la dejó encima de una mesita y me dijo.

-Ahora vamos a por otra cerveza, ya tienes los papeles, pero falta uno, se lo voy a dar, pero tienen que venir a recogerlo. Y les puedes contar lo que te he dicho.

Y este fue uno de los momentos más nerviosos, de varios, que recuerdo de aquella época.