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Juanito Feliz.
Cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje. Aldous Huxley

Y para estar acorde con los nuevos tiempos, su mujer se divorció de él. No había malos tratos entre ellos, no había cuernos, no había nada que Juan Feliz considerara lógico para que al menos lo justificara y poder sentirse culpable, pero al parecer venían ocurriendo dentro del matrimonio otros hechos terribles, como su falta de afición a bailar –según alegó ella en su solicitud de divorcio-. También fue una pena que, por casualidad, aquel deseo repentino de ella ocurriera en un momento en que, por circunstancias ajenas a él mismo, a Juan Feliz le fallo el trabajo –y los ingresos-. En otra época seguramente esto se habría arreglado y la solución habría sido más sencilla, pero estábamos en un mundo maravilloso de progreso y modernía en donde todos vivíamos muy bien. Se forró el estado, los abogados, y los notarios. Salieron ganando las compañías de suministros porque para abastecer dos casas se necesitaron dos contratos de luz y aguas potables. Todo ello a cuenta de Juan Feliz, claro.

Naturalmente quién mas ganó fue la familia que pasó a disgregarse y a ser mucho más libres todos. Y al haber más oferta de mano de obra que de trabajo, costaba encontrar uno y comenzaron a caer los sueldos, y Juan Feliz llegó a pensar en lo libres y felices que se deben sentir los muertos: pueden hacer lo que quieran, nadie les va a decir nada ni a sacar el dinero.

Y todos los días se veía bombardeado por noticias explicándole lo mal que lo debió de pasar él de joven. Y hasta algunos amigos y familiares, con casas y chalets adquiridos en otra época, le explicaban ahora lo mala que había sido aquella situación y lo bien que se vivía ahora, aún con la fortuna de conservar el patrimonio anterior.

Los jóvenes, sin futuro, se asombraban de lo mal que habían vivido sus padres, y mientras los saqueaban los criticaban por no saber aceptar los beneficios de la nueva buena vida.

Y siguieron diciéndole que esto era lo bueno porque ahora sí había libertad, y a los niños ya no se les enseñaba a ceder el asiento en el autobús. Se les explicaba que la libertad era hacer lo que les diera la gana sin recibir reprimendas. Y Juan Feliz vio como a las cosas se les cambiaba de nombre en perjuicio de muchos para el placer de unos pocos... y los hombres se casaban entre ellos y las mujeres se casaban entre ellas, y los adolescentes se drogaban y emborrachaban en público y se les enseñaba a masturbarse en las escuelas.

Y se alegró mucho al contemplar lo felices que eran ahora los ricos y lo fácilmente que engañaban a los pobres. Y vio cómo los políticos ganaban millones, de nuestros impuestos, mientras levantaban el puño cantando la Internacional. Los salarios seguían insuficientes y de las pensiones de los mayores vivían los hijos aún sin trabajo. Mientras se regocijaba con todos estos beneficios modernos se acordó de novelas como Fahrenheit 451, Un mundo feliz, 1984 y otras muchas, y recordó un dicho antiguo que decía: “quien por su gusto muere, nadie le llore” y Juan Feliz fue feliz.

Solamente un hecho le llenó de pesar, y era el reconocer lo equivocado que había estado gran parte de su vida creyendo que de joven había sido feliz.

F.O.M. con la colaboración de R.M.M.

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