Biblioteca: Historias

La catedral de Don Justo

En el año 1925 y para concretar más el 20 de septiembre nació en Mejorada del Campo (Madrid) un niño que, a pesar de no tener una cultura ni un gran patrimonio, estaba destinado a tener su propia catedral.

Este niño se llama Justo Gallego Martínezde profesión labrador.

Sus creencias religiosas le hicieron ingresar a los 27 años en el monasterio de Santa María de la Huerta, al que tuvo que dejar sin jurar los votos por una dolencia de tuberculosis en el año 1961.

En unos terrenos que había heredado de su padre comenzó, sin el respaldo de nadie (ni de la Iglesia), a construir su magna obra con materiales reciclados pues su nivel económico no le permitía nada mejor.

La dedica a Nuestra Señora del Pilar y el enorme esfuerzo que pone en su obra lo saca de su gran fe en Jesucristo ya que el trabajo lo ha hecho casi todo solo. Algunas veces es ayudado por familiares, voluntarios o contrata algún servicio cuando su escasa economía se lo permite.

La catedral tiene una cúpula de 40 metros de altura.

Es financiada vendiendo o alquilando algún terreno heredado de sus padres y de vez en cuando recibe alguna donación para ayudarlo.

Em 2005 protagonizó un anuncio para Acuarius.

Casi todos los materiales son reciclados.

Don Justo, en la actualidad, vive con su hermana cerca de su Catedral.


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El comunicado: La calle de Jesús

Estamos en 1950. La guerra hace tiempo que terminó pero las últimas consecuencias de una guerra fratricida todavía llena las cárceles de España. También las de Valencia. La de San Miguel de los Reyes, la Modelo. Miles de ciudadanos se agolpan en el Interior de sus muros a la espera de sentencia. En la mayoría de los casos su única culpa ha sido militar en el bando perdedor o tener algún vecino envidioso. Algunos pronto saldrán, otros deberán cumplir algunos años de privación de su libertad, pero otros solo saldrán dentro de una caja de pino.

Y allí, en la ciudad del Turia comienza esta historia. Son historias de un barrio de manos del hilo conductor de una familia. Muchas familias tendrán también muchas cosas que contar, buenas y malas, grandes, pequeñas, y que pensamos que no deberían perderse porque forman parte de la historia. En el número 90 de esta calle (actualmente 92) vive la familia Oltra.


Pepita, a sus quince años y con cuatro años más, comprendía mucho mejor la situación que se creaba con la muerte de su padre. Desde el comedor sólo llegaba el silencio alterado, de vez en cuando, por los sollozos de Paca, la madrastra de su padre; la única abuela que había conocido por que la madre de su padre había muerto al poco tiempo de nacer este. Pero la «iaia» Paca se había comportado siempre como una verdadera madre con su padre y como una abuela muy cariñosa y buena para ella.

Pepita se levantó y fue al comedor. Su abuela la vio llegar y le abrió los brazos en los que la adolescente se refugió sintiendo cómo le acariciaba sus cabellos mientras la consolaba.

-Plora, plora xiqueta, pobreta meua. Açi tens a la iaia, al iaio, i a tots. Mai estareu a soles filla meua (2)

Un asomo de rabia la hizo abandonar los brazos de la «iaia» y dirigiéndose al balcón, lo abrió y cogiendo la toalla de cuadros rojos tendida, la arrancó de un tirón con rabia y la lanzó al suelo de la sala. Cualquiera, que no estuviera al tanto, nunca podría comprender esa reacción porque, dependiendo de donde estuviera tendida la toalla, era la señal que le indicaba a cualquier «maquis» llegado de las montañas que había peligro, o no, en subir a la casa. Ya no hacía falta, ya no podrían traerle más noticias de su padre ni esperar nada de él.

En la sala había un escritorio debajo del cual tenía su cama, que se limitaba a un colchón en el suelo. En él se refugió encogiendo su cuerpo que ya mostraba todos los encantos de su adolescencia. Allí se tumbó y soñó sin necesidad de dormir.


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